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22 mar 2010

Aprendizaje y Convivencia escolar.

El papel que continuamos desempeñando los docentes parte de una concepción obsoleta de lo que significa aprender: responde a un modelo tradicional que habría que superar.

Aparecen en la prensa de vez en cuando casos de conflictividad en los centros educativos y aunque creemos que estos casos son puntuales y ni mucho menos un problema general, también somos conscientes de que la obligatoriedad de la educación hasta el grado noveno, logro social importante, unido a la creciente diversidad del alumnado, entre otras cosas, configura una situación no exenta de dificultades. Esta situación supone nuevos retos.



Una de las medidas que desde la Administración se promueve es la elaboración, diseño y actualización de los manuales de convivencia en las instituciones educativas, y en eso estamos.
Sin embargo nos tememos que la medida sea insuficiente si no incluye un aspecto clave: los contenidos curriculares y la organización de la enseñanza, el qué, cómo y cuándo enseñar y evaluar.

Consideramos el conflicto un fenómeno natural en las relaciones humanas, y una oportunidad educativa si su resolución se afronta de manera adecuada. Por otra parte los docentes observamos que los conflictos, casi nunca se producen cuando el alumnado está interesado e implicado en lo que está haciendo. Esto debería darnos pistas para encontrar soluciones eficaces. La violencia ocasional del alumnado debe hacernos reflexionar sobre la violencia estructural que soportan --rigidez de horarios, excesivo número de asignaturas, continuos exámenes,...-- aunque sólo sea por la distancia que hay entre lo que pretendemos enseñarles y sus propias motivaciones. Es difícil motivar a todo el alumnado y en todo momento, pero quizás sea posible acercarnos mucho más a sus intereses.

En los objetivos educativos, en las grandes palabras hay bastante consenso pero al decidir sobre los contenidos nos parece imposible prescindir de algunos. Como muestra léase la ley de educación y sus normas reguladoras decretos, resoluciones, directivas, además de los muchos tratados de diferentes autores en este tema, propuestas de currículum en la que los objetivos, competencias curriculares y otros aspectos apuntan en la dirección adecuada. Sin embargo la prolija relación de contenidos, que las editoriales convertirán en libros de texto nos llevará a carreras contra reloj para acabar los programas sin la calma mínima que requiere el aprendizaje.

Seguimos anclados además en metodologías que no cuestionamos, porque hacerlo supondría plantearnos un cambio significativo en nuestro papel como docentes y nos sentimos inseguros. Y es que el papel que continuamos desempeñando supone una concepción obsoleta de lo que significa aprender: responde al modelo tradicional en el que los saberes se enseñan al alumno en una relación pedagógica exclusivamente transmisiva.

PARA MODIFICAR esta realidad la única salida honesta es constituirnos en sujetos en aprendizaje permanente, digamos que aprender enseñando a aprender, acompañándoles en el proceso, motivados y motivándoles para aprender y seguir haciéndolo a lo largo de toda la vida. Es necesario trabajar los pilares de la educación del Informe Delors de la UNESCO, aprender a conocer, a hacer, a ser y a vivir juntos. Hay saberes que sólo se aprenden practicándolos. Favorecer el trabajo colaborativo, enseñar a aprender juntos ha de ser un eje fundamental de la práctica escolar porque es aprender a convivir. El camino ha de concretarse en proyectos colectivos, la historia de la Educación y muchas experiencias actuales, nos aportan modelos para orientarnos.

Encorsetar al alumnado en un modelo tan limitado como el actual, supone dejar en el camino a los que parten de situaciones difíciles, llámense inmigrantes, discapacitados, marginales, desmotivados,- pero no olvidemos que antes de abandonar seguirán llamando nuestra atención de la forma que puedan, dificultando la convivencia probablemente y sólo continuará adelante el alumnado al que esta cultura escolar no les resulta ajena por su situación socio-familiar o características personales, y esto, desde el más elemental sentido de la justicia incluso desde el punto de vista económico y social, es insostenible.

Sin un cambio especialmente metodológico insertado en un proyecto educativo de la Institución Educativa coherente, los manuales de convivencia, cargados de buenas intenciones, serán añadidos que intentarán engrasar una maquinaria que no funciona porque los desajustes son demasiado potentes.

Los docentes hemos de caminar, desde ya, en la dirección que requiere la complejidad del momento. Nuestra insatisfacción puede ser la base de nuestro impulso.
La Administración ha de impulsar el cambio educativo de forma global, coherente y sin parcheos, escuchando a la comunidad educativa y poniendo sus recursos con capacidad dinamizadora al servicio de proyectos educativos para la convivencia entendida de manera integral. Sin prisas, el tiempo educativo es un tiempo a escala humana que hace posible cambios profundos en las personas- pero sin pausa.

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